Del Dolor al Perdón, Llegaremos a la Esperanza...
Está usted,
una fría mañana, fría, porque despierta los sentidos, sentando a la orilla de
una playa. No hay viento, las olas se suceden lentamente y esa cadencia produce
una rítmica melodía, que lo envuelve y lo relaja, lo emociona y lo hace desear,
que ese momento, dure La eternidad y un día (título de una impresionante película de Theodoros Angelopoulos). Es la hora del alba y, todo lo que tiene
que hacer, es disponer su alma, para captar uno de los más vibrantes, emotivos
y bellos espectáculos de la naturaleza, donde podrá apreciar dentro de una
inequívoca paz, una explosión de luz, color y sentimientos, difícil de mostrar
en otros momentos.
Y todo esto,
es irrepetible y, aunque artistas de todas las disciplinas, de todos los movimientos
y de todas las épocas, han tratado de emularlo, se han encontrado con la
dificultad de su plasmación en arte. Y aun así, quién se subrogaría El éxtasis de Santa Teresa, si no fuera Bernini, David si no Miguel Ángel,
La rendición de Breda si no fuera Velázquez, El Quijote si no Cervantes,
El lago de los cisnes si no Tchaikovsky, o el western épico de John Ford.
Gracias a tantos y tantos genios, que nos hacen a través de su legado, conocer
la belleza y el deseo humano de expresarla y, no solo la reconocible, sino la
imperecedera belleza de lo inmaterial, de la llama inmortal que todo humano
lleva dentro.
Porque cada
uno de ustedes, referirá a su yo interior, una historia diferente; igual en sus
conceptos básicos, pero cada matiz, influirá en cada uno de nosotros, de
distinta forma, afectando a distintas fibras, al igual que hace, por ejemplo,
el sol: a todos nos llega, a todos nos calienta, a todos nos ilumina, pero con
distintos rayos.
Atrayentes y expresivos ojos, los de esta prometedora actriz: Paula Beer. |
Frantz, es desde el majestuoso cartel
promocional, al que me quedo enganchado cada vez que lo veo, por culpa de la
atrayente y comunicativa mirada de la protagonista y la condición reflexiva del
actor que la acompaña, que por cierto, tiene un parecido espectacular con el
genio Dalí en su juventud, como
decía, es esa historia que se colará dentro de tu corazón, sin que te des
cuenta y, te abrumará a la vez que te elevará al éxtasis; te sobrecogerá para
liberarte después y, te volverá a emocionar más allá de tus propios recursos.
Pierre Niney, logra una actuación magistral. |
La pulcra
fotografía en blanco y negro, es, como en pocas películas actuales, necesaria y
las breves transiciones al color, llenas de melancolía y precisas para enfatizar
determinados momentos.
La
ambientación (Alemania 1919), es exquisita y se nota sobre todo en el vestuario
de la protagonista.
Los actores
están… no tengo adjetivos exactos y suficientes para describirlos: desde el
primero al último, geniales; pero si tengo que hablar de Paula Beer y Pierre Niney,
ahí ya sí que me quedo rotundamente sin palabras: una de las mejores
actuaciones que he visto jamás, llenas de recursos y naturalidad, que harán de
usted, un partícipe más de la historia que presencia.
Paula Beer y sus enigmáticos ojos, nos conquistan en cada plano donde se hace presente |
En cuanto a
la historia en sí, es una muestra de sacrificio humano, de culpa y
arrepentimiento, de la solicitud de perdón y de la concesión de él en
condiciones extremas, de la oferta de felicidad a otros dentro del propio dolor
y, es también, un viaje sentimental a la experiencia de la esperanza.
En muchos
momentos, no he podido reprimir ni la emoción ni el llanto. Pero no es una
película lacrimógena, se los aseguro, al igual que también les aseguro, que es
una película que va directa a la fibra sensible y al sentido más puro del ser,
a ese sentido endógeno que llamamos humanidad y, a esa fuerza irracionalmente
racional que conforma al ser humano.
© francisco javier costa lópez
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