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lunes, 5 de febrero de 2007

Cosas de la suerte. Opinión

Hay que empezar por algo...






La semana pasada, un portugués, tuvo la suerte de acertar el sorteo de los EuroMillones, y se llevó la friolera de 26 millones de euros. Nada que objetar a un premio establecido según leyes y honestidades contrastadas, por los gobiernos implicados, que de cada sorteo se llevan una pasta gansa, eso si, que me expliquen con claridad, destinado a que fines. Pero eso sería peor que meterse en el "Laberinto del Fauno", tan en boga ahora y por otras más que meritorias razones, y la verdad, ahora no estoy por la labor.

¡Oiga!, que sería de Ud. si le llamaran y dijeran que es el agraciado acertante de un premio de 26 millones de euros. Piensa que cambiaría su vida, la estima de los demás, su conciencia social, o por el contrario, es de los que piensan en la botella medio vacía: joder, y si me raptan a mí o a mi familia para pedir un elevado rescate, y si me construyo una finca, puede venir una banda organizada y matarnos a todos; en definitiva, de una u otra forma, pasamos a disponer de una fortuna, que no podemos disfrutar tan a las claras como nos gustaría, y encima con la espada de Damocles pendiendo sobre nosotros. 
Alguien podría decir, que se trata de una condena, y quizás sea lo que más se asemeja a ello, aunque eso si, si todo marcha bien (en general así es), este señor, se va a dar la vida padre.

Pero la condena por la suerte, no sólo existe, sino que es una vergüenza para la humanidad. Este es el caso, hay otros muchos, de los países productores de diamantes, que coinciden con los países más pobres del mundo, y en una casi total mayoría en el continente africano. Sierra Leona, Liberia, Costa de Marfil y un largo etc. producen cantidad de millones de quilates/año, que al estar controlados por las mafias, o por las guerrillas, sirven para financiar cruentas guerras civiles (4.000.000 de muertos en la R. D. de el Congo, 500.000 muertos en Angola), pero por desgracia no sirven para sacar de la pobreza más terrible a sus ciudadanos, que desde temprana edad, trabajan de sol a sol, por la mísera cantidad de 5$ semanales. 

En contraste, se alza en los países civilizados, un culto por esta piedra, que al moverse por los círculos donde los grandes capitales circulan, exhiben la etiqueta de alta alcurnia, y todo el brillo, que en su origen, se oculta tras millones de litros de sangre.

Y claro está, si los poderosos, los más implicados en su consumo y exhibición, no dan un paso a favor de crear un frente de lucha contra este tráfico de muerte y dinero, los diamantes, deberían de ser considerados, como unos fuera de la ley, unos proscritos, al igual que ya pasó con las pieles de algunos animales, los trofeos de caza y las drogas.

Yo admiraba, y qué hombre no, la belleza radiante de la sex-simbol Beyoncé, pero desde que he sabido, que ha recibido 10.000 $ por exhibir unas joyas diamantinas, para luchar contra la campaña mundial que se opone al tráfico de diamantes, su caché en mis sueños sexuales ha caído en picado. Algo parecido, me pasó, cuando la Schiffer, se negó a hacer una pasarela, cuyo destino era recaudar fondos para los niños del tercer mundo. 

Pero el caso de la Beyoncé, se implica en la paradoja, pues aunque su belleza es amplia, recogida en un cuerpo de vértigo, su raza no se aparta muchos "quilates" de la de sus congéneres africanos, allá en la mina.


© francisco javier costa lópez

(Algunos datos y notas, han sido documentados en el artículo de Fernando Goitia y Gonzálo Sánchez Terán, presentado en la revista XL SEMANAL, nº 1006)