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jueves, 12 de abril de 2007

Accidentes de tráfico. Muerte en los asfaltos. Opinión

Una Pérdida Irreparable...






"La mitad de los 108 muertos en Semana Santa no llevaba puesto el cinturón de seguridad. Uno de cada cuatro fallecidos era menor de 25 años."
(ELPAIS.es / AGENCIAS - Madrid - 18/04/2006)

"Más de 100 muertos en Semana Santa pese al carné por puntos y los radares."
(20MINUTOS.ES / AGENCIAS. 09.04.2007 - 23:52h)

«Hasta las 20 horas del domingo murieron 103 personas. En 81 accidentes mortales. Además, hay 57 heridos graves y 34 leves. Cifras similares a las del año pasado a la misma hora».

«Ciento tres personas han perdido la vida en los 80 accidentes ocurridos en las carreteras españolas desde que comenzó la operación especial de Semana Santa hasta las 20 horas del lunes, lo que supone 6 menos que en el mismo período del año anterior, según la DGT».

Estas dos noticias, están separadas por un año. La primera corresponde a 2006, y la segunda a 2007.
Como se puede apreciar... lo de menos es el año....

A 103 conciudadanos, que fueron de los nuestros, es decir, los de cada día: padres, madres, hijos e hijas, tíos y tías, abuelos y abuelas, amigos y amigas, maestros, médicos, estudiantes, obreros, arquitectos, ingenieros, militares, pacifistas, políticos, novios, la vecina de enfrente, el tendero de abajo, el conductor del autobús de tu pueblo, un vendedor del cupón de ciegos, el cartero de tu empresa, dos o tres o cuatro amigos que no se veían hace tiempo... la lista sería interminable.

Ahora ya no les importa para nada los puntos, ni tan siquiera el propio carné. Ellos partieron con la ilusión, pero quizás con un error, con la ansiedad de llegar, pero sin la serenidad que garantizase su llegada. En sus oídos aún resonaban los anuncios, secos, directos y antipáticos de la campaña de la DGT. 

Quizás habían consultado el tiempo dos o tres veces. Habían controlado la presión de los neumáticos, el estado de las luces, de los frenos...

Pero siempre queda un punto negro que nos acecha: un descuido, un mal fiarse de los reflejos, un instinto de supremacía, que nos aparta del camino trazado, para llevarnos a otro camino menos halagüeño: el accidente; esas décimas de segundo, en las que nuestras vidas (y las de los demás) penden de un hilo, predestinado a romperse en nuestra contra, y como resultado: la pérdida de la vida, la muerte triunfadora, la agonía de otros, y por fin, la desaparición del ser querido, del ser que desde ese momento es más necesitado que nunca... ¿qué nos queda? el vacío más terrible, más temible y enloquecedor que existe. En los tiempos de la carreta, John Donne ya decía:


«Ningún hombre es una isla, algo completo en sí mismo; todo hombre es un fragmento del continente, una parte de un conjunto.

La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad; por tanto nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.»


¿Son los puntos la solución a tanto desvarío, a tanta muerte? Sinceramente creo que no. Muchos tachamos esta medida, como un método de recaudación a secas, algo intimidatorio si se quiere, pero que con el pie sobre el acelerador de las grandes máquinas de hoy en día, parece que intimida menos y se olvida más. 

Y es que, cómo vamos a ir a 100 Km/h., por una gran autovía con nuestro magnífico coche de 150 caballos, con la última tecnología (tan distraíble o más que el tan castigado móvil: que si el GPS, el navegador y todos los sistemas DVD, incluso con tres pantallas, en un habitáculo de escasamente 2 metros cuadrados). 

Y esto sucede porque el vecino de enfrente se ha comprado el último modelo del mercado, y «nuestra obligación» sea como sea, es superarlo, máxime teniendo en cuenta que Renault, supera un bosque lleno de maleficios, un todoterreno de Opel, vuela por los rascacielos de una gran ciudad, Honda va grabada con fuego en el pecho de un atleta y BMW, nos dice si nos gusta conducir, en vehículos de gran potencia que son capaces de volar más que el pobre Ave Fénix

El problema es sumamente grave, por un lado las autoridades, «velando por nuestros intereses y nuestras vidas», aunque no pueden conducir por nosotros, pero permiten anuncios en los cuales, de la conducción se hace una apología de la temeridad: «compre Ud. este vehículo, que no le va a adelantar ni Dios». 

En el año 2007, superada ya la época de la «Odisea Espacial» hay métodos (supongo, y ahora recuerdo haberlo oído por ahí), para limitar la velocidad de los automóviles. Quizás no sirviera para mucho, ¿pero porqué no probarlo? 

Claro está, que la industria automovilística, se opondría rotundamente: para qué gastarnos 40 o 50.000€, en un motor de 250 CV, para limitar su rendimiento a sólo 120 Km/h, y esto, en el mejor de los casos. 

Bueno, todo queda en un delirio personal... porque no tengo los 40 o 50.000 machacantes, ni pienso en esos caballos o lo que sean. Aunque pensándolo bien, para pegarme una piña y matarme, (le pido a Dios me guarde, no por egoísmo, sino porque tengo que sacar una familia con dos hijos adelante), también lo puedo hacer con mi Megáne de 8 años. Joder, es que se tire por donde se tire, me pilla el toro.

No sé cuántos muertos, cierran las listas anuales en nuestro país, por motivos de circulación, pero haciendo un cálculo según las últimas cifras, debe de rondar en torno a las 3.000 víctimas. Sigo pensando que es cruel, doloroso y una lacra, por la que se debe de luchar para su erradicación, desde la posición de usuario, echando una mano a estos hombres y mujeres, que desde distintos estamentos, piensan y sueñan con nuestra seguridad. 

Ojalá muchos conductores implicados en accidentes, sólo tuvieran que pagar una multa, por elevada que fuera, y no trato de dignificar las multas, que son aborrecibles y a nadie les gusta, no. Es ahondar, someter a la reflexión la gran diferencia que hay entre morir y pagar una simple multa. Es más, entre morir y seguir vivo.

No obstante todo esto, otros riesgos, de sectores que influyen negativamente en el ser humano y son tan impactantes como el accidente de tráfico, se suceden a diario a nuestro lado, sin entender muy bien su jerga, cargada a veces de manipulaciones de unos y otros: el tabaco o el alcohol, las guerras fratricidas, porque a un señor que alardea de ser mejor que el propio Alonso, lo exculpan de conducir a más de 200 Km/h., y a su vecino, que por un atasco a primera hora de la mañana, está a punto de perder el trabajo, le quitan 2 puntos y lo sancionan por ir a 65 Km/h. por una vía interurbana... son los grandes e inverosímiles contrastes de una vida que cada día se entiende menos. 

Por cierto, un 25% (se mantiene la cifra, con cierta tendencia al alza), de los accidentes mortales en la carretera, los protagonizan jóvenes de ambos sexos de menos de 25 años. ¿Tan poco apego se le tiene a esa edad a la vida, que prescinden de ella, cuando más disfrutable es? Si hablamos de estadísticas de empleo en nuestro país, esta edad también es la que más paro presenta, y también son mayoría en las familias de la escala social media. ¿Cómo se financian esos deportivos, de no menos de 150 CV., las más de las veces, en una familia de esas características?

En fin, muchas respuestas por dar, mucha reflexión por ejercitar cada uno de nosotros, y pocos argumentos a la hora de defendernos de nuestros excesos en la carretera, y en algún otro aspecto de nuestras vidas.

© francisco javier costa lópez

La Muerte Conocía Bien el Lugar. Mis Mejores Poemas Para Ti. Poema 4

Dedicado al Genio de Edgar Allan Poe...






La Muerte Conocía Bien el Lugar

(A propósito de: El arte de hacer arte.
Cuatro genios unidos por amor al arte)


En hoscas corazas, se asientan
las ilusiones que nacen con
el mismo quejido que se
recibe a la esperada muerte.
Un espeso aire, anuncia
arremolinado en torno al osario,
la llegada de la niebla, presidida
por un mortal frío, recortado
en la harapienta saya de un espantapájaros
que muere, cuando la campiña,
se esconde tras las sombras.
Se atomiza la gélida escarcha
mientras un ballet de cuervos, grazna
sobre una silueta sepulcral, que
golpea la aldaba de la casa Usher.
Un cirio muere a las puertas,
mientras en el interior, agonizan
vidas en esqueletos sin corazón,
perdidas fantasías del paraíso,
que sin razón vencidas, se hunden
en el pantano de los olvidos,
del miedo a morir...

La muerte conocía bien el lugar,
por ello, la puerta nunca se abrió...

No era ella la que llamaba, pero...
¿Debe la muerte pagar tal óbolo?



© francisco javier costa lópez